Jaime Iribarren
Exhibir retratos de personas encarceladas en actos para reivindicar el respeto a sus derechos está censurado. Que la madre de Txiki, uno de los últimos fusilados por la dictadura de Franco, a sus 80 años de edad y después de llevar haciéndolo durante tres décadas sin impedimento alguno, quiera rendir homenaje a su hijo en el cementerio de Zarautz, es prohibido. Portar una banderola al comienzo de las fiestas de Berriozar, reclamando la repatriación de los presos políticos vascos en cumplimiento de la legislación y tratados internacionales en materia de derechos humanos, es perseguido por la Audiencia Nacional.
Una vez escuché al difunto y recientemente homenajeado “ex terrorista” Mario Onaindia, decir que ellos utilizaban la lucha armada porque vivíamos en “una dictadura que perseguía hasta que se tocara el txistu”.
Hoy me he desayunado con que un fiscal de la Audiencia Nacional, acusa a tres concejales de mi pueblo de “enaltecimiento del terrorismo y humillación a las víctimas” por reclamar el respeto a los derechos de los presos y presas. Concretamente, al portavoz de la Izquierda Abertzale en el Ayuntamiento de Berriozar, Fermin Irigoien, al parecer se le acusa de cometer el gravísimo delito de entornar unas notas con el txistu en un brindis organizado en fiestas.
Alguno dirá que no se pueden hacer paralelismos. Yo no volveré a reproducir las palabras del difunto “polimili”. Ahora bien, que no me intenten convencer de que vivimos en una democracia. Seguiremos tocando el txistu ahora y siempre, por los siglos de los siglos…
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