2010/01/20

Lágrimas ateas por un cura

Jose Mari Esparza Zabalegi
Jesús Lezaun ha muerto, en un santiamén. Dicen que unas horas antes vaticinó su muerte y pasó de vida, como él diría, tal y como había vivido: de pie, tranquilo, sonriente y peleón. Los cristianos, los ateos y los tibios nos hemos quedado sin nuestro profeta Ezequiel, el amigo del pueblo, el crítico mordaz frente a la decadencia moral y la arrogancia del poder.

Aunque no creo que tenga la humildad de reconocerlo, la Iglesia navarra, o mejor, su Jerarquía, debe mucho a Jesús, no sólo por haber tenido en él una autoridad moral que les señaló siempre sus fallas y pecados, que les vigiló sus excesos y denunció sus desmanes… La Iglesia sobretodo le debe a Lezaun su vida de misionero en esa lejana selva donde habitamos amplios sectores de la sociedad -pueblo de Dios diría él- que no comulgamos por Pascua Florida, que estamos hartos del papel histórico de la Iglesia, de sus sodomías con el Poder, de su hipócrita humildad y su cacareada pobreza, mientras siguen siendo la mayor multinacional del mundo y en Navarra la mayor empresa inmobiliaria. Jesús, sañudo perseguidor de fariseos, profanador de sepulcros blanqueados, predicador del ejemplo, amigo, como su nazareno, de parias, putas, quimeráticos, proletarios, presos, soñadores y revolucionarios, fue pastor entre las ovejas más alejadas del rebaño, aquellas a las que la voz de los obispos ni les llega, ni les importa. Y allí estaba Jesús, el pastor de Arizala, con su txapela y su verbo, donde no predicaba nadie. ¿En cuántas ocasiones habrá habido una oración (recuerdo el primer homenaje a los fusilados del 36) sólo porque estaba presente Lezaun?
Pero los ateos también debemos mucho a Jesús: como decía San Pablo, “los cristianos son el buen olor de Cristo”, y Jesús Lezaun, (como Patxi Larrainzar y pocos curas más), olía bien. Su presencia, su ejemplo, sofrenó siempre muchos radicalismos estériles, recordándonos que la religiosidad popular vasca es una cosa, y los mamoneos de los palacios episcopales otra muy distinta. Además qué podríamos decir los ateos contra los Obispos que no lo dijera, más fuerte y con más autoridad, el propio Jesús: “No podréis servir a Dios y al dinero” escribió cuando se enteró de las inmatriculaciones de bienes de los pueblos que estaba realizando la Diócesis. Y cuando el obispo intentó endosar a la Plataforma del Patrimonio Navarro el sambenito antirreligioso, allá estaba Jesús, para exigirles que dieran a Dios lo que era de Dios y dejaran a los pueblos los bienes de los pueblos. “Ahora dicen los Obispos que no hay Infierno, pero yo creo que lo dicen porque saben que de haberlo, serían los primeros en ir”.
Debemos a Jesús su compañía militante hasta el final, desde que en los años 60 abrió el Seminario que dirigía a todo viento renovador y a toda sigla clandestina. Teólogo de la Liberación, lo mismo la pretendió para los pobres del mundo que para su patria Euskal Herria. Sufrió sobre todo por los presos, por los torturados, por la violencia de todo tipo, y buscó la unidad de los vascos para salir de las garras del Sanedrín estatal.
Los últimos tiempos estaba obsesionado por trasmitir la memoria. Para ello escribía compulsivamente. “Jesús, te estás volviendo un vanidoso”, le decía, cuando insistía en publicar cuanto antes el libro de Cástor Olcoz sobre su vida “Jesús Lezaun. La afonía de Ezequiel”. No era vanidad, era prisa. Sabía que se iría pronto. Todavía le dio tiempo para ser el primer fundador de Euskal Memoria: “Navarra dicen que ganó la guerra pero perdió la paz porque olvidó su identidad. Por eso la memoria es vital para evitar guerras, impedir pacificaciones y ganar una paz justa”, nos dejó escrito.
Agur Lezaun. Gracias por tu vida y por las citas que me sacabas de tus breviarios. Me quedo con San Jerónimo: “todo rico es ladrón o hijo de ladrón”. Creo que yo no voy a ir al Valle de Josafat, pero si tú estuvieras allí, tampoco me importaría.

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